Nosotros
maldecimos y execramos a Baruch de Spinoza (…) que sea maldito en el día, que
sea maldito en la noche, que sea maldito cuando duerme y cuando esté
despierto(...). Quiera el Eterno jamás perdonarlo (…), que su nombre sea
borrado de este mundo para siempre.
Sus
jueces
Maldecir, imprecar, desear el mal. Pronunciar un nombre
en el mal. Es un deseo intenso de producir daño. Se desarrolla en los antiguos mitos, hay una caída por
alguna razón misteriosa y una consiguiente maldición. Maldito sea el suelo por tu causa (…) espinas y abrojos te producirá.
No podemos dejar de pensar en las maldiciones de los profetas, de parte de
Dios, como emisarios de Dios Padre, el Sin Nombre, el Yo Soy el que Soy. En
Kierkegaard, maldecido por su padre, llevado a un lugar especial para ser maldecido. En Edipo que, en vez de preguntar como el
salmista Dios mío, por qué me has
abandonado, a los dioses o al Hado,
maldice a su hijo y es figura de esa maldición transmitida desde el
origen.
La maldición
parece unida al padre (¿Dios Padre?). Es el que bendice cada día (la bendición es transferencia de
fuerza, santificación, hacer santo por
la palabra, lo más elevado de la energía cósmica, por tanto maldecir es quitar
fuerzas, demonizar) y
el que tiene el poder de maldecir en nombre de la Ley o como representante de la Ley , como Ley encarnada.
***
Las ideas de
Freud son ya demasiado conocidas: la matanza y el canibalismo de un padre
mítico han producido la suprema maldición: esa culpa que siente todo hombre en
el origen. Ese padre mítico tal vez hubiera maldecido a su estirpe. Con el
objeto de vivir en paz los hermanos
victoriosos renunciaron a las mujeres por las que habían asesinado al padre y
decidieron la exogamia.
El Redentor tal
vez hubiera sido el caudillo y por ello el sacrificio expiatorio. En la
comunión se reproduce el banquete totémico. Para Freud el “vosotros habéis
asesinado a Dios” como maldición a los judíos, debe entenderse como “Vosotros no queréis admitir que habéis asesinado a Dios”.
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