miércoles, 15 de abril de 2015

La pasión por lo indecible. Entrevista de Valeria Tentoni

BIOGRAFÍA. Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1953. Es Abogada, y dio clases de Filosofía del Derecho en la Universidad de Buenos Aires. Es autora de los libros de poemas: Sinfonía en llamas, Paraíso en tinieblas y Wonderland. De relatos: Buenos Aires ciudad de la magia y de la muerte; La estancia del sur; En el fin de las palabras; Retratos de infelices; Ultimo tango en Malos Ayres y de las novelas La resurrección de Zagreus; A cierta hora; Lo extraño; Lo indecible; Hace Miedo Aquí, Pequeña música nocturna y Summertime. Entre otros, ha sido distinguida con el Premio Centro Cultural de México, Concurso Juan Rulfo 1993; el Premio El Espectador de Bogotá, Concurso Juan Rulfo, París, 1994; el 1er Premio Fondo Nacional de las Artes; el Premio Planeta Novela 1998 y el 1º Premio Municipal de Buenos Aires, inéditos 1990-91. Actualmente es directora del proyecto Malos Ayres.


- ¿Cómo llegaste a la literatura?
- Creo que a la literatura llegué por un diario que me regalaron a los ocho años, me dijeron que podía escribir ahí mentiras. Yo solía inventar cosas, y entonces a mi papá se le ocurrió la genial idea de regalarme un diario. Ahí viene un poco la historia del diario de Pequeña Música Nocturna. Eso en lo que hace a la escritura; en cuanto a la lectura, al principio fue bastante desperdigada. Lo primero que leí fue teatro; estaba muy fascinada con eso, empecé leyendo a Shakespeare, seguí leyendo modernos…Prácticamente no leía más que teatro y poesía. Después comencé a leer cuento, después novela, en ese orden. A escribir empecé, creo, a los dieciocho años.

¿Cuál fue el primer libro que te compraste sola, que no te regalaron?
- Me parece que fue “El Extranjero”, de Camus.

¿Y tenías alguien que te guíe con los gustos?
- En mi casa se leía mucho. Había una eterna pelea entre Borges y Onetti; por mi papá que era argentino y mi mamá uruguaya. Yo lo entendía así, no veía que era una pelea profunda, creía que era un tema de nacionalidades. Después empecé a entender lo que querían decir con eso. A Onetti no lo leí hasta que me exilié. Mi mamá me ponía siempre en la cartera para que lo leyera algún libro de él, lo cual hacía un efecto contraproducente, porque yo veía el libro y lo sacaba, no lo quería leer. Y bueno, como me tuve que ir en avión, intempestivamente, encontré El Astillero en mi cartera y lo leí. Me transformé en amante literaria de Onetti. Pero antes había leído a Faulkner, había leído las lecturas base de Onetti. Había empezado leyendo teatro en cualquier idioma, pero después quise hacer un tipo de lectura más orientada a latinoamericanos y españoles, me pareció que yo tenía que manejar primero mi propio lenguaje, no me quería contaminar con otros idiomas. Después empecé a leer en francés, una vez allá.

- ¿Ya sabías francés o aprendiste allá?
- Aprendí ahí, en París, a los ponchazos. Había tenido francés en la escuela, pero niveles básicos. Pero tuve que aprender o aprender; si bien yo estaba en la casa de mi abuela, que era argentina, ella estaba casada con un francés que no sabía una palabra de castellano, así que no podía, al principio, hablar más que con mi abuela. Y después con algunos argentinos que empecé a encontrar ahí. Entonces tuve que leer francés.

¿Y a Borges cómo llegaste?
- Borges me gusta mucho. Lo leí todo entero, de un golpe, y me gustó. No me gusta mucho su poesía, pero igual la leí, y me divierten muchísimo sus ensayos. Hay cuentos que no me gustan, ni siquiera El Aleph. Pero hay cuentos de Borges que para mí son inolvidables, como La Espera, o Sur… Me tomé el trabajo de meterme en su universo. Soy bastante obsesiva; cuando me interesa un autor leo toda su obra y después paso a otra. Así hice con Onetti, con Saer. Saer me gusta muchísimo, lo leí con un placer enorme. También me gustan mucho los cuentos de Rodolfo Walsh, sus últimos libros me parecen perfectos. Tengo amores absolutos con algunos autores, por ejemplo Faulkner. Me gustan cosas muy distintas; Clarice Lispector, ó leer filosofía. Leer a Nietzche me resulta literario, no es lo mismo que leer a Kant. Leo mucha poesía, y me parece como muy loco que no se lea tanta poesía. Es más, creo que he leído más poesía que novela. La poesía es la base de la escritura, si vos tenés una formación en poesía, más allá de si escribís eso o no, es importante para escribir. A mis alumnos de taller siempre les digo que lean poesía. Te abre mucho la cabeza, hacia lugares diferentes y te ayuda a ver otra manera de escribir. Te enseña a no tenerle miedo a las palabras. Yo soy muy brutal y desprejuiciada en el uso de las palabras, y la poesía te da mucha libertad.

Tu prosa es muy poética. Eso te emparenta mucho con Juan José Saer.
- Si, yo me siento absolutamente unida a una escritura como la de Saer. Y también me gusta mucho la cuestión experimental, por ejemplo el relato que no se puede contar, como El Limonero Real, ese tipo de literatura, incluso la literatura de la mancha, del borrón, de la pérdida del lenguaje, del des-lenguaje, de la recuperación, de contar una cosa veinte veces y no saber cómo contarla.

Si, eso puede verse: “Como si fuera real”.
- Si, yo creo que, ahora me pongo a pensar….Creo que lo que más influyó en mi manera de escribir no es lo del diario ni nada de lo que te dije, sino un sueño que tuve de chica. Soñé que yo me acercaba a una persona, y la persona tomaba la consistencia de cortina, se volvía irreal. Hablaba con otra persona y lo mismo. Tendría ocho o nueve años. Yo estaba absolutamente asustada, me preguntaba ¿entonces no hay persona? Lo primero que hacía, en el sueño, era ir a mi casa a buscar a mi papá, porque mi viejo tenía que existir. Mi mamá estaba de viaje en esa época. Mi papá estaba durmiendo y yo me acercaba y le preguntaba ¿Papá, vos existís?, y él me respondía “Si, claro”, pero de repente veía que se transformaba, él también, en cortina. Ahí me despertaba y lo iba a buscar a mi papá y le preguntaba. Y él me decía; “lo descubriste a Berkeley”. Y me pareció tan fascinante esa posibilidad de lo irreal, que yo creo que eso marca todo lo que escribo.

Lo indecible, el elemento que une todas tus obras.
- Hay un poema de un escritor que yo recomiendo siempre, argentino, que me parece muy poco leído y creo que tendríamos que leerlo; un poeta que murió hace unos años de sida, que se llama Jorge García Sabal. Hay un poema que habla de la sospecha, de aquello que no se quiere escuchar. Creo que esa sensación de no poder alcanzar a decir aquello que está absolutamente prohibido, y aunque estuviera permitido es imposible para el lenguaje, es lo que está más cerca de lo que quiero decir. Hace tiempo yo tenía un café literario, y entonces le hablé un poco de esa cuestión, de no poder llegar a decir, de algo que se filtra, y creo que de ahí nació un cuento que escribí que se llama La Entrevista. Tanta fuerza para mí tuvo esa cuestión de no poder llegar a decir “aquello”, aquello que está ahí, afuera, afuera de lo decible pero no por una cuestión de que sea algo más o menos siniestro, sino que es algo que no se termina de entender. Y que es la clave de lo que uno está buscando, y no encuentra palabras para decirlo.

¿Es el límite del lenguaje?
- El límite del lenguaje, el límite también de lo que se siente. Pienso que en la medida de la neurosis, que uno tiene fe en esa cosa que no tiene nombre, uno puede escribir. Yo sigo en pos de la neurosis del algo. El día que yo deje de interesarme por eso no voy a poder escribir absolutamente nada. A mi la palabra indecible me suena a muchas cosas, no sólo a la más clara que sería lo que no se puede decir porque no hay palabras para decirlo, sino también aquello que es terrible -un grado de terribilidad o de violencia extrema-, de cosa que llega al límite. Lo indecible sería traspasar un límite, un límite que no sólo engloba el lenguaje. Todo lo que yo escribo trata de decir “eso” y, por supuesto, fracasar. Mis personajes están obsesionados, de alguna forma, con eso también, y fracasan. Ahora por ejemplo, la experiencia de Cortázar, que juega con el mundo lateral -la posibilidad de su existencia y que uno puede entrar y salir de se mundo lateral mas o menos desvencijado-, no es exactamente lo que yo busco. A mi me parece que eso es muy lúdico, y no lo tomo ni mal ni bien, sino que me parece que lo mío no es lúdico, por más que haya juego y todo, pero hay una experiencia de pasión. Un requisito para la literatura es la pasionalidad. Creo que lo que puedo entender que se cifra en mi literatura es pasión, pensamiento diagonal y paradoja. Pasión no sólo en el sentido de padecer, sino en el de energía, o exceso de energía o deseo intenso; casi como una libido puesta prácticamente en eso. La otra cuestión es la de la paradoja; a mi nada me interesa si no existe la paradoja, es decir donde algo sea eso y a la vez lo contrario; no sólo la ambivalencia sino también la situación. La ironía siempre está mostrando una situación paradójica; me parece un recurso muy interesante. Me adhiero a una concepción de Borges; la de que el hecho estético está ahí en el límite de la situación de una revelación que vos sentís que estás a punto de tocarla, y no se produce. Una revelación que la toco pero no llega, y en este no llegar, se cifra la estética. Y en cuanto al pensamiento diagonal digo: si el objeto está aquí, tengo muchos caminos para llegar, pero el más lógico es el camino recto, el de la ciencia. El camino del arte es buscar el camino más largo, no va en pos de la utilidad práctica sino que le interesa el desvío. Más que llegar al objeto interesa el desvío.

¿Por eso puede ser que tengas tantos personajes niños, que son esencialmente pasionales y juegan con el límite?
- Si, tenés razón en eso. Creo que en el niño debe haber menos mandatos o filtros desde el afuera, hay contenidos más auténticos y brutales. No creo en los niños buenos. El niño tiene, justamente, esa posibilidad de una especie de pureza, si bien no me gusta esa palabra. Hay a veces un extremo de ternura, de bestialidad, de sexualidad incluso; yo creo que la sexualidad en los niños es una cosa que todavía molesta, pero es un hecho. Y hoy todo el tiempo se habla de pedofilia y no se acepta lo otro, la pulsión sexual del niño; no es que esté aceptando la pedofilia ni nada por el estilo. Quiero decir que, por ejemplo, “Pequeña Música Nocturna” le molestó a mucha gente porque el tío, finalmente, no era pedófilo. Molestaba más que simplemente todo era un juego de una niña; porque entonces si es adulto le podemos echar la culpa, ¿pero y si es un niño? Los niños me atraen muchísimo para escribir, como también los personajes violentos, psicópatas.

Si, los perturbados. Tus libros son libros de perturbación.
- Si, la palabra es esa. Yo busco cuando leo un libro, que me perturbe, y es lo que también busco cuando escribo mis libros. No sé si lo logro o no, pero pareciera que sí. Siempre cuento que quiero desinstalar; si yo logro desinstalar un poquito, por lo menos, al lector, me alcanza. En la vida misma me gusta desinstalar. Me acuerdo cuando era chica, en el colegio, tenía la costumbre de sacarle la silla a la chica que tenía adelante, para que se caiga. Era una pasión; ya me tenían calada, entonces todo el mundo me miraba, se cuidaban. Esto de sacar la silla se ve que era un intento mío, que me quedó, como una cosa infantil, de desinstalar. No quiero dejar tranquilo al lector, no quiero dejar tranquilo a nadie que me conozca, no me quiero quedar tranquila conmigo misma. Me gusta, en general, que un libro me saque de todo lo preconcebido en mí. Las experiencias de límite son las que me mueven a escribir.

Y en este momento, ¿qué estás escribiendo?
- Estoy escribiendo una novela autobiográfica, que me cuesta mucho escribir por eso mismo. Se llama “Estado de Sospecha”, y tiene que ver con los últimos días de mi hermano. Él fue la persona que más influyó en mi, más que cualquier escritor. Tenía sólo un año más que yo, y era un investigador, desde chico, de las palabras. Hicimos una especie de liaison muy fuerte, tanto es así que teníamos un mundo propio donde experimentábamos juegos cada vez más profundos con las palabras, cosa que sigo haciendo con algunas personas pero no en el nivel que yo lo hacía con mi hermano. Mi hermano fue enganchado, por no decir chupado, por la triple A. Y estuvo un tiempo adentro, salió de la experiencia luego de un año, de toda clase de torturas. Volvió a París, donde yo estaba, e intentamos tratar de vivir de vuelta. Digo intentamos porque yo me metía mucho en cómo estaba él. Estuvimos haciendo teatro gestual, mímico, en Paris. Cuando volvimos a la argentina se puso muy mal. Los últimos días de su vida estuvo viviendo en mi casa, y estaba en una situación de desborde psíquico absoluto. Teníamos frecuentes discusiones, no sobre cosas personales, sino sobre las cosas en sí, o las palabras en sí; él estaba generando cada vez una mayor violencia respecto del mundo de las palabras. Yo sabía que se iba a suicidar, era obvio, y finalmente lo hizo; se pegó un disparo en la boca. Yo lo vi. Y acerca de eso estoy escribiendo, que viene a ser la única novela autobiográfica que tengo, pero me cuesta mucho. Traté de meter algo ficcional, dentro de tanta cosa autobiográfica. Es como que entre ambos estamos escribiendo una novela, o sea, aparece una novela dentro de la novela; sería como una novela que podríamos haber escrito juntos. Es en tercera persona, y los personajes todos tienen el mismo nombre; Blanco, él; la Blanco, yo; el padre de Blanco, la madre de Blanco. Eso es lo que estoy escribiendo, aunque por ahora lo tenga un poco en reposo. Me gustaría poder escribir algún cuento; hace diez años que no escribo cuentos. Y poesía siempre escribo.

Siempre se anota de tu literatura el juego de cajas. Y también tu originalidad; ¿cómo ves hoy el estado de autores contemporáneos que están publicando en Argentina?
- Me siento fuera de campo, creo que no tengo que ver nada con nadie de los que están escribiendo en este momento. La literatura tipo Aira no me interesa en lo más mínimo, tampoco me interesa una literatura minimalista, de hechos cotidianos; no es que no me guste, sino que no lo haría. Creo que siempre trabajaría en esta cuestión de la locura, del límite, de la violencia mental, incluso en mi poesía, que no es una poesía…

Amable.
- No, no es una poesía amable. Incluso mi libro de poesía Wonderland, es sobre una mujer borracha que pasa por las experiencias de agrandarse y achicarse, viviendo maravillas infernales, haciendo una poesía que cuenta. Después tengo mucha poesía que trabaja con cuadros.

Tenés mucha influencia de lo pictórico. ¿Pintaste alguna vez?
- Intenté, con pocas ganas de pintar pero mucho interés por la pintura, al punto de decirte que me gusta más la pintura que la literatura. Antes de leer mi primer libro a mí me habían regalado libros de arte, y yo me quedaba muy loca con eso. Me regalaron pintura naif, ó cosas de Miró. Y te diré que la pintura me sigue conmoviendo más que la literatura.

- ¿Y la música?
- También. La música es la experiencia más límite de todas; prescinde de todo y se mueve en el universo de los sonidos. Lo que pasa es que yo me di cuenta de que lo único que podía hacer era escribir, no que era lo que más me gustaba. Yo gozo mucho del cine, de la pintura, de la música; son cosas que no puedo hacer, pero que disfruto, y las incorporo. Lo bueno que tiene la literatura es esta posibilidad del no pensamiento y del pensamiento. La música entra en otro lugar, es más fácil entrar a lo indecible por ahí, o por la pintura más figurativa. ¿Pero cómo hacés para entrar en lo indecible con las palabras? Yo me siento cerca de las palabras por una cuestión vivencial. La influencia, en ese sentido, de mi hermano Leonardo fue muy fuerte; nosotros jugábamos, de muy chicos –él había inventado el juego, yo no-, sacando una palabra de un libro, y le preguntábamos a otra persona otra palabra, cualquier cosa, como si te dijera ahora “serpiente de inodoro”, y entonces teníamos que encontrar la relación que había entre una serpiente y un inodoro. Perdía aquél que no podía encontrar nada, y claro que era un juego absurdo, que ningún chico compartía, nos miraban un poco casi con lástima, pero nosotros nos divertíamos, ¡y después me dí cuenta que estábamos haciendo la analogía universal de los surrealistas!

¿Cómo vivís la experiencia de dar talleres?
- Me encanta. Además tengo alumnos muy locos, muy geniales. Es maravilloso. Me gusta que cada uno haga su camino, me encanta ver qué cosas distintas hacen. No me interesa influir en nadie, me gusta que vayan laburando, y lleguen hasta el fin en ellos.

Jugar con el límite, de nuevo.
- Sí, pero con el propio. Es más, trato de que ni me lean.


* * *
Esta entrevista fue originalmente publicada en el suplemento cultural Nexo, del Periódico Ático de Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, Argentina, a principios del año 2009 y en la pág

lunes, 9 de diciembre de 2013

La maldición y el mal-decir*

Nosotros maldecimos y execramos a Baruch de Spinoza (…) que sea maldito en el día, que sea maldito en la noche, que sea maldito cuando duerme y cuando esté despierto(...). Quiera el Eterno jamás perdonarlo (…), que su nombre sea borrado de este mundo para siempre.
Sus jueces

            Maldecir,  imprecar, desear el mal. Pronunciar un nombre en el mal. Es un deseo intenso de producir daño.   Se desarrolla  en los antiguos mitos, hay una caída por alguna razón misteriosa y una consiguiente maldición. Maldito sea el suelo por tu causa (…) espinas y abrojos te producirá. No podemos dejar de pensar en las maldiciones de los profetas, de parte de Dios, como emisarios de Dios Padre, el Sin Nombre, el Yo Soy el que Soy. En Kierkegaard, maldecido por su padre, llevado a un lugar  especial para ser maldecido.  En Edipo que, en vez de preguntar como el salmista Dios mío, por qué me has abandonado, a los dioses o al Hado,  maldice a su hijo y es figura de esa maldición transmitida desde el origen.
La maldición parece unida al padre (¿Dios Padre?). Es el que bendice cada día  (la bendición es transferencia de fuerza,  santificación, hacer santo por la palabra, lo más elevado de la energía cósmica, por tanto maldecir es quitar fuerzas, demonizar) y

el que tiene el poder de maldecir  en nombre de la Ley o como representante de la Ley, como Ley encarnada. 
***
Las ideas de Freud son ya demasiado conocidas: la matanza y el canibalismo de un padre mítico han producido la suprema maldición: esa culpa que siente todo hombre en el origen. Ese padre mítico tal vez hubiera maldecido a su estirpe. Con el objeto de vivir en paz  los hermanos victoriosos renunciaron a las mujeres por las que habían asesinado al padre y decidieron la exogamia.

El Redentor tal vez hubiera sido el caudillo y por ello el sacrificio expiatorio. En la comunión se reproduce el banquete totémico. Para Freud el “vosotros habéis asesinado a Dios” como maldición a los judíos, debe entenderse como “Vosotros no queréis admitir  que habéis asesinado a Dios”.

*De "La maldición de la literatura". 
Para leer el capítulo completo, clickeá acá.

viernes, 16 de marzo de 2012

Una maldición necesaria por Lucía Sorín

[ Entrevista ]

Liliana Díaz Mindurry
Una maldición necesaria por Lucía Sorín
http://www.evaristocultural.com.ar/mindurry.htm

Una tarde en la casa de Liliana Díaz Mindurry. La escritora habla con calma, le importa lo que dice, tiene qué decir. Escucharla no es un paseo amable por una playa que no existe. Al igual que sus libros, ella habla desde la incomodidad del escribir, nos invita a pensar la literatura incómodamente también. Se respira el compromiso. Se respira lo indecible que la inquieta. Se respira el camino interminable de su mal-decir.
Conversar con Mindurry genera el placer de quien despierta en la pregunta y permanece.


Evaristo Cultural: ¿En qué momento surge la voz particular de Liliana Díaz Mindurry? ¿Hay una obra fundante?

Liliana Díaz Mindurry: Sí, en determinado lugar de la escritura uno siente que encuentra la voz propia. Esta voz no tiene por qué ser la personalidad exactamente de uno, sino el estilo, el modo de decir, donde uno se encuentra cómodo. Yo tengo una serie de primeros libros de tanteo. Me parece que si tuviera que ir a lo más antiguo, donde empiezo a sentir que algo tiene más que ver conmigo, sería En el fin de las palabras, un libro que publiqué en el año 90.


En Resplandor Final: “lo que diga no es eso. Ya se sabe. Y nunca será eso. Ni antes ni después. Había dos, no es cierto, / la noche estaba cerca, no es cierto, / nada de lo que diga es cierto, pero la noche estaba cerca”. Pareciera que partís de la mentira, como si ya supieses que la batalla del lenguaje está perdida de antemano.

Creo que más que partir de la mentira yo parto de la incerteza. Parto del hecho de que cuando uno dice no dice exactamente lo que quiere decir, y que tampoco sabe lo que quiere decir; y que por más que uno de vuelta el lenguaje, decir una cosa o lo contrario, o no decir, lleva siempre a la misma sensación. Sí, sensación de batalla perdida, de que el lenguaje tiene un límite.
Entonces uno dice y desdice, y en ese decir y desdecir recién está empezando a encontrar lo que quiere decir. Porque nunca entiendo que una cosa es la verdad; sino eso, y lo contrario. La batalla es infinita porque no hay unidad, y porque yo empiezo por creer que la voz literaria es una voz múltiple, una voz que contiene los múltiples yoes de uno, los múltiples modos de encarar cualquier hecho. En este sentido creo también lo que decía Onetti, que los hechos en sí no tienen importancia, sino lo que contienen o cargan. Entonces, el hecho y su contradicción, y la negación del hecho también -que sería la tercera forma de cortar el discurso- contienen la batalla del lenguaje que no puede acabarse nunca, pero en eso radica justamente su interés.